Perdí un hijo de 30 años y mi vida también se acabó allí, durante mas de 10 años fui de mal en peor, nada me animaba. Llegó un momento en mi vida que me molestaba ver a la gente feliz. Sesión tras cada sesión de terapia, no se como ocurrió, pero por fin mi mente se abrió lo suficiente como para entender que, aunque mi vida ya no volvería a ser la misma sin mi hijo, tenia derecho a seguir adelante, y tenia otro hijo y una pareja a los que había olvidado por completo.
Estoy muy agradecida de haber aprendido a sentir mi dolor sin quedarme enganchada en él, a aceptar que hay cosas que no puedo cambiar y aun así a saber encontrar motivos para vivir.
La terapia me sirvió sobre todo para entender muchas cosas, el porque mi cerebro me saboteaba y me alejaba de mis seres queridos y a veces incluso de la realidad.
Hay una frase que, al principio, me costó entender pero acabó por ser mi hoja de ruta en la vida:
“no vemos las cosas como son, las vemos como somos”.